viernes, 14 de agosto de 2009

EL DEMONIO DE LA PALABRA JUSTA





Conrad afirmaba que "si no hubiera escrito en inglés, nohabría escrito en absoluto, que la capacidad de escribir en inglés le era tn natural como cualquier otro don que hubiera recibidoen su nacimiento", en suma, que " quien quiere convencer debe fiarse no del argumento justo sino de la palabra justa" . Sin duda, su admirado Flaubert le ha dictado estas líneas, y, sin embargo, no es descabellado pensar que su angustia frente a la escritura, con la que mantuvo una ambivalente relación, era provocada sobre todo por esa lenguna que había adoptado, que había hecho suya como maestro consumado, enla que habría de escribir una obra maestra, pero sin haber conocido nunca la dichosa espontaneidad delo natural. O, al menos, así hubo de creerlo.Cierto, se veía en ella como una ardilla encerrada en una jaula. Sísifo le parecía mejor alojado que él, pues Sísifo consiguió arrastrar la piedra hasta la cima,, en tanto que él experimentaba la sensación de no avanzar una pulgada en la pendiente. Tedio de Conrad ante el sigo escrito, simpre atosigado por el hálito de la muerte que hace de él uno de nuestros contemporáneos, pues si utilizó una lengua que no era la suya, la presunta natural, lo hizo por una veneración sacra hacia el lenguaje, hacia sus poderes talismánicos, cual si las palabras fuesen gemas preciosas concedidas gratuitamente por un ausente, huéspedes de esa misma ausencia que exponía a sus personajes a las fuerzas del mar, del bosque, de las tempestades y del naufragio, a un vértigo cósmico al que no era ajena en definitva la escritura. " La forma sale del texto como el calor del fuego", escribía Flaubert. Hay pues en el texto lo mismo que había en el fondo: la vida con su inagotable caudal, pero sistematizada, cohesionada, de forma que el demonio que acecha al escritor es esa inercia que parece gravitar sobre la naturaleza toda y que le constriñe, le fuere la vida en ello, a no poder escribir mal, en cuanto no le es dado decir lo primero que se le pasa por las mientes sino precísamente lo último, que no es sino el resultado de todo cuanto ha ido surgiendo en el intervalo. Sólo que el intervalo es aquí un vacío perfecto, un instante infinito en el que se aloja lo indecible. Todo texto requiere de su autor una brizna de inocencia y ello le hace merecedor en el mejor de los casos de una promesa de felicidad. El autor es así afín al estilo que lo domina y el texto un jeroglífico y por ello susceptible, como lo demandaba Rimbaud, de " adelantarse a la acción ". Es el requerimiento de la escritura cmo voz de la Esfinje que lanza desafiante Vautrin, la esfinje balzaciana por autonomasia. " Yo soy un gran poeta, le confía a Rastignac, mis poesías no las escribo, consisten en acciones y sentimientos". Como Nieztsche, el reto balzaciano convoca al autor a una escritura alquímica, a un poder talismánico que recela la Modernidad junto al de la técnica. Por ello, como lo viera Nietzsche con clarividencia única, la escritura es verdadera tintura, "Escribe con sangre, y experimentarás que la sangre es espíritu" , amonesta Zarathustra. Como tal, ella desencadena una trasnmutación del alma del autor, la cual desata a su vez el trastorno de todas las relaciones recibidas y admitidas como falsamente naturales por cuanto toman a la naturaleza como mero "espíritu de la pesadez" impidiendo la disolución restaudadora de la nueva vida que provoca el espíritu mercurial del azogue. Dicho espíritu mercurial instaura la intensidad como rasgo propio de cada ser, pues cada ser no reproduce o transmite la perpetuidad de una imagen originaria sino que precisamente es lo que es cada uno por intensividad o afirmación infinita de lo infinito. El alma es ,así, como En la piel de Zapa balzacina estimuladora por rarefación y concentración, por liquidificación y solidificación, de poderes divinos por cuanto capaz de plegar el azar a la necesidad en virtud de su Voluntad de poder creadora que quiere la infinita repetición del instante como instante, el retorno eterno de lo que es como lo siempre diferente. Liberada la escritura de la voz portadora de sentido, puede adueñarse de su propio dominio-ese agragado del azar que es el matiz necesario, solo maridaje del sueño con el sueño.

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